sábado, 25 de febrero de 2012

El cupón


Era verano, un día muy caluroso, demasiado para que tan solo fuera Julio. Álex en lo que más pensaba en ese momento era estar en la playa fresquito con su madre, su padre y su hermana (María, Pedro y Anna) como en las vacaciones pasadas.

Pero Álex estaba tumbado en el sofá amarillo viendo pasar las horas, una tras otra sin pararse ni un momento.
Su padre lo vio derrumbado sin nada que hacer. Entonces se acercó y le preguntó de ir al parque ya que hacía un sol que nadie lo tapaba ni queriendo. Al pensar y pensar la idea de tomar el aire se dio cuenta de que debía ir, para despejarse un poco del ambiente cargado de la vieja y triste casa.

Cogidos de la mano bajaron por las escaleras (el ascensor estaba estropeado desde hacía tres años). Llegaron al portal y al salir Pedro advirtió que en la acera de enfrente había una pequeña parada de la ONCE. Pensó que ya que Álex nunca había apostado en la lotería  le haría gracia tener el primer cupón de su corta vida. Álex se acercó según las ordenes de su padre e iba repitiendo lo que su padre le había dicho minutos antes para comprarlo.
Primero saludó al vendedor muy amablemente, él le saludó también con mucha
simpatía y delicadeza ya que se trataba de un niño de apenas diez años recién
cumplidos. El vendedor se preocupó por él y le preguntó cómo estaba a lo que Álex respondió que aburrido, un comienzo de verano muy aburrido, se le hacía eterno. Y sólo era Julio...
Estuvieron un rato hablando hasta que el sol cayó. Los dos volvieron a casa
contentos. El vendedor (Eric por lo que le había contado) se quedó allí solo,
pensando en el verano.

Al día siguiente, Álex quiso ir al parque con su hermana y su madre para ir a ver a Eric. Se había dado cuenta de que le gustaba hablar con él, tenía un amigo.
Los tres bajaron, pero a Álex le sorprendió que Eric no estuviera enfrente de su portal. Su madre casi le iba empujando al parque porque estaba como embobado mirando a la nada (eso según ella). Pero para su hijo ese vacío significaba mucho, el vacío de Eric, que lo llenaba cada día menos ese.
María le preguntó porque no quería ir al parque cuando hace tan solo unos diez minutos estaba deseoso de bajar. Le contó lo sucedido la tarde anterior y de golpe lo comprendió. Pensó que tan solo era una mañana como otra cualquiera, que a lo mejor Eric se encontraba mal o simplemente que tenía en turno de tarde.
Álex tenía la cabeza agachada, triste por no poder hablar con él. A la tarde llegó Pedro de trabajar. Le preguntó a su hijo si bajaban al parque a lo que Álex respondió eufórico y casi desesperado que sí.
Bajaron por las escaleras, otra vez cogidos de la mano. Atravesaron el portal y Álex pudo ver como Eric estaba allí, en el mismo sitio que ayer.
Se quedaron hablando hasta tarde, hasta la hora de cenar. Ya se encontraba feliz otra vez, le complementaba hasta el punto de que era lo único que en ese momento le hacía feliz, bueno, lo segundo. Lo primero era jugar con su hermana pequeña de  cinco años.
Una de esas tardes de verano al lado de Eric, éste le contó dónde dormía, dónde comía y dónde pasaba las horas muertas. Respuestas para él sencillas que Álex apuntaba en un bloc de notas, decía que era para un trabajo de verano.
Eric pasaba las horas en un centro cívico haciendo talleres y otras actividades que éste centro facilitaba. Comía en un comedor social y dormía en un albergue que le salía gratis. También le estuvo contando lo que era el síndrome de Down, enfermedad que padecía y que nadie le quería ayudar.
Eric le planteó una cosa a Álex, era como una mini-excursión al centro cívico al que iba para que viera como es, para que conociera a niños de su edad, para que se relacionara un poco con la sociedad.
A Álex le venía de gusto y le parecía un plan estupendo. Se lo contó  a su padre. A él también le pareció buena idea ya que a Álex le costaba relacionarse y necesitaba un pequeño empujón.

Al cabo de dos semanas largas lo planificaron y decidieron ir. El padre le había dado permiso porque el centro cívico estaba en Terrassa, sitio en el que vivían.
Álex lo tenía todo preparado para pasar la mejor tarde del verano al lado de Eric. Llevaba una mochila que su madre le había preparado con todo lo necesario para pasar la tarde: merienda, agua, zumo, patatas... Pero a Álex le sorprendió que Eric tan sólo llevara un simple móvil, éste le contó que siempre lo lleva por si se pierde o por si lo secuestraban para llamar a la policía.
Cuando ya llevaban diez minutos caminando, pasaron de largo el parque y la casa de Álex, llegaron a otro parque. Uno con muchos árboles frondosos, muchos niños jugando... Pero de golpe apareció una furgoneta roja muy llamativa. De ella salieron dos fornidos y dejaron inconscientes a Álex y a Eric con cloroformo. A Eric se le cayó el móvil (en esa ocasión no le sirvió de mucho) y a Álex su mochila con todas las cosas que su madre le había preparado esa misma mañana.
En la mente de Álex aparecían recuerdos que no sabía de dónde salían, ya no se acordaba de esos recuerdos.
Minutos después se despertaron. Estaban tirados en el suelo de la furgoneta impotentes de no poder haber hecho nada por parar el secuestro (eso era lo que en ese momento pensaban ambos). Notaban la velocidad en todo el cuerpo, les vibraba todo, dolía.

De golpe la furgoneta se paró, no tuvieron cuidado con ellos. De entre la oscuridad se avió una puerta. En lo que los dos fornidos cogieron a Eric también cogieron a Álex. Para que no supieran a dónde estaban les taparon la cara con una bolsa negra de plástico.
Muy bruscamente y sin apenas cuidado los arrojaron forcejeando al suelo de una habitación muy oscura, cerrada, fría y sin ventanas.
En ese momento Eric pensaba en su familia, que apenas había luchado para que él siguiera adelante y no se rindiera por culpa de la enfermedad. Pensaba en ellos porque murieron, en un accidente de tráfico. Los que provocaron el accidente salieron ilesos, pero los padres de Eric murieron intentando no chocar con el coche que se les cruzó arrojándose violentamente por un terraplén.
Mientras Eric recordaba, los secuestradores les quitaban las cuerdas y cerraban la puerta. Por el sonido que producía la puerta, la estaban cerrando con pestillo.

En casa de Álex, María (su madre) se estaba empezando a poner muy nerviosa, estaba sudando y no precisamente por el calor. Llamó a Pedro para advertirle que era la hora de cenar y Álex no aparecía, llamaba a Eric pero tampoco lo cogía.
El padre, que ese día hacía turno de tarde dejó el trabajo para ir directamente a su casa sin pensárselo apenas.
Tanto como llegó a casa para tranquilizar a María, cogió el teléfono para denunciar la desaparición de Álex Méndez Cortés.
Lo atendieron muy bien y le mandaron una patrulla a su casa para hacerle preguntas sobre las últimas horas que se le había visto el pelo a su querido hijo desaparecido.
Pasada media hora llegó el capitán de la investigación para informar y tranquilizar a la familia. Dijeron que tenían a dos coches en la calle buscando a su hijo y a Eric.

Álex notaba un pie helado. Le faltaba la zapatilla del pie derecho, pensó que se le habría caído cuando le forcejeaban sin cuidado.
Uno de los secuestradores abrió el pestillo y abrió la puerta. Traía dos platos con pan y mantequilla, también dos vasos de agua para cada uno.

Una semana después, los dos seguían secuestrados y sin apenas dormir. Cuando pensaban que nada podría ir a peor, se abrió la puerta y aparecieron dos de los tres secuestradores. Se estaban peleando. Álex se dio cuenta de que uno de ellos llevaba una pistola en la mano izquierda. Se empezaron a pegar, y el que no tenía pistola le dio un puñetazo muy fuerte en la boca. Empezó a sangrar segundos después. Éste con un ataque de ira disparó, resonando en toda la casa.

María ni comía, ni bebía, ni dormía... no vivía. Derrumbada, se sentaba en el sofá. Del sofá a la cama, y de la cama al sofá. Todo ello con intención de dormir pero lo único que hacía era recordar, pensar, imaginar un futuro desastroso sin su hijo.
Cada mañana le ponía una vela con esperanzas de que apareciera, aunque apareciera muerto, pero sólo para saber a dónde está. Esa sensación de no saber a dónde estaba su pequeño le mataba por dentro y por fuera. Estaba consumida por el dolor.
Pedro se cogió la baja por depresión para buscar a su hijo. Pero no aparecía por ningún sitio. Buscó por los sitios más remotos de Terrassa, Barcelona, Sabadell... La única pista que tenían era una zapatilla, una mochila y un teléfono sin batería. Esas pistas justificaban lo que la familia no quería asimilar, el secuestro.

El disparo resonó por toda la casa, pero más aún en la cabeza de Álex. Le atravesó todo el cráneo. Eric estaba arrinconado asustado y con miedo por la incómoda y dolorosa situación.
Álex cayó desplomado en el suelo. Su vida había tocado fin de la manera que nadie deseaba.
Los dos secuestradores huyeron aterrorizados, ya que lo único que querían era una recompensa por sus vidas.
Huyeron a no se sabe dónde, nunca se supo. Pero antes de marchar corriendo, cerraron la puerta echando el pestillo. Eric se quedó allí, aterrorizado en la esquina con la oscuridad más absoluta.
Murió tres días después por desnutrición. Unas muertes nada merecidas, pues lo único que querían era ir al parque a hacer amigos...
El tercer secuestrador se dio a la fuga yendo fuera de España, pero no se sabe el paradero.

La familia de Álex estaba muerta por dentro. Por la falta de pruebas se dieron por muertos. Lo estaban, pero nadie lo sabía. Nunca pudieron superar la pérdida de su hijo. Y aunque se volcaron en la educación y protección de su hija, por dentro no podían soportar el peso del dolor, de la desaparición y de la angustia de pensar que su hijo podía estar en algún sitio llorando esperando ver la muerte antes de estar secuestrado.
Aunque todos se acordaban de Álex, de Eric nadie se acordaba nadie. Un pobre vendedor de la ONCE, que por desgracia dormía en un albergue y comía en un comedor social, huérfano... Todo en su vida fueron desgracias, lo único alegre que le había pasado en la vida fue conocer a Álex, y que ahora podrá vivir el resto de la existencia a su lado, MUERTOS.